Panenka

Desde hace una semana está permitido salir a la calle a dar paseos o a hacer deporte, en unas franjas horarias muy concretas y con instrucciones precisas en cuanto a duración, distancia y acompañamiento. Teníamos tantas ganas de hacer estas cosas que en cuanto lo hacemos se produce lo inevitable: salir a la calle a correr es un absoluto anticlímax. El primer día, me pongo las zapatillas, estiro, corro por la avenida, llego al río, me jodo la rodilla, vuelvo, me ducho, son las nueve de la mañana y sigo metido en casa para el resto del día hasta las ocho de la tarde. ¿Y ahora qué?

A las ocho de la tarde salimos a pasear, y el “salimos” no lo digo por mi novia y por mí, sino por todo el mundo. Hay una sensación extraña en esos paseos que es difícil de explicar y creo que tiene que ver con lo que decía el otro día a Mr Winters en Twitter. Pasear tiene sentido si solo eres tú el que pasea mientras el resto de gente sigue con su vida, yendo al trabajo o de camino a un restaurante. Si todos paseamos a la vez, a la misma hora y sin rumbo, el paseo deja de ser paseo para convertirse en gilipollez. Se me ocurre un símil loco: hace unos años, creo que viendo las semifinales de la Eurocopa 2012, una persona muy cercana me preguntó por qué Pirlo había tirado un penalty a lo Panenka, y yo le expliqué que si lo tiraba así, picándola flojito por el centro de la portería, engañaba al portero y era gol seguro. Con toda la lógica del mundo, esta persona me preguntó entonces que por qué no se tiraban todos los penalties a lo Panenka, si eran siempre gol. Un poco lo mismo con los paseos. O eres tú solo el que pasea o la cosa deja de tener sentido y el portero te la para fácil sin esforzarse. 

Salir a pasear estando todo cerrado revela también una de las verdades incómodas que resulta difícil aceptar: la calle es una mierda si no hay bares o tiendas en las que puedas entrar. Mis primeros años en Inglaterra viví en un barrio residencial, el típico con casitas bajas de ladrillo, jardín detrás y vecino amable al lado. En un principio estaba encantado con este barrio y me preguntaba cómo había podido vivir todos los años anteriores en un edificio de ocho pisos, tan lejos de la calle y sin jardín. Con el tiempo, precisamente saliendo a dar paseos por este barrio en el que solo había casas y más casas, me di cuenta de que echaba muchísimo de menos encontrarme una panadería al girar la esquina y casi le cogí manía al barrio y a mi casa. Ahora vivo en un barrio de características opuestas, y encantado de la vida, aunque seguramente vuelva a cambiar de opinión en pocos años, la vida es así. 

La vida es un poco anticlímax, con pandemia o sin pandemia. Las cosas que molan de la vida, quiero decir, muchas veces molan más con el tiempo que mientras las estás viviendo, una vez has puesto perspectiva y has borrado convenientemente detalles que no te interesan, pero no estoy inventando nada aquí. El verano de 2010, del que hablaba el otro día, probablemente no fue para tanto. Esa fiesta que hoy recuerdo como mítica, seguro que ni siquiera fue la mejor de aquel año, pero qué más da. Seguramente dentro de unos años hablaré del primer día que salí a correr tras el confinamiento como de un día liberador y trascendental, lo diré convencido, y me parece bien. 

Un comentario en “Panenka

  1. Hay dos cosas clarísimas, que el verano del 2010 fue un gran verano para todos y el barrio de Rafalafena es el mejor para vivir. Eso es así.

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