Un vaso de chupito de Ikea

He empezado a jugar a fútbol 7 con un grupo de tíos de mi edad. El nivel medio es bastante alto, así que soy de los peores jugadores sobre el campo. Esto suele ocurrir: el primer día que juegas a fútbol con un grupo nuevo de gente te complicas la vida. Intentas hacer demasiadas cosas, como queriendo demostrar que sabes jugar. Sueltas un pase largo cuando no debes, das mucho toque con el exterior del pie, buscas un tiro a la escuadra a la mínima oportunidad, cosas así. Suele ser un desastre, por supuesto. 

Algo parecido sucede con el primer hijo, lo estoy comprobando. El nivel de autoexigencia es muy alto. Quieres hacer de todo, desde el principio, y que todo salga perfecto. Que esté sano, que le interesen los libros, que desarrolle a buen ritmo su capacidad psicomotriz, que coma de todo y en cantidades adecuadas. Compras artilugios de todo tipo, desde hamaquitas ergonómicas hasta separadores de bañera, pasando por biberones con tetina anticólico y zapatitos respetuosos. La comida es un tema aparte que puede sacarte de quicio muy rápidamente. Hay mil teorías en libros, todas contradictorias entre sí, sobre cómo alimentar bien a tu hijo. Utensilios para comprar, suficientes como para arruinarte: pre-cucharas, vasos adaptados, chupetes agujereados para absorber el jugo de la fruta, platos con ventosa, y mejor paro de enumerar. Nada funciona si tu hijo no quiere comer, por muchas cosas que intentes. Un poco como en los partidos de fútbol 7. 

Al segundo partido que acudes simplificas. Si la jugada no está clara, balón al compañero más cercano, siempre con el interior. En lugar de centrar al área a la mínima, busco al bueno del equipo en el centro del campo y que decida él cómo continuar la jugada. Si llego al borde del área, punterón raso y a ver qué pasa. La cosa mejora sensiblemente. 

Hace poco, por casualidad, descubrí que a mi hijo le gusta coger un vaso de chupito de Ikea y chuparlo por la parte de abajo. Por probar, puse comida en el culo del vaso, y bingo, mi hijo se la comió sin rechistar. Puse un poco más y siguió devorándola. Al principio me sabía un poco mal, porque reconozco que es una imagen desconcertante: un niño sorbiendo papilla del culo de un vaso de chupito de Ikea, pero qué coño importa, si está comiendo, que es lo que importa. Simplifica, me dije. Guarda ya los platitos adaptados, las pre-cucharas y los post-tenedores, los pechitos plastificados. Si a tu hijo le gusta comer del dorso de un vaso de chupito de Ikea, que así lo haga, hasta que se canse. 

Al tercer partido, intenté incluso menos cosas. En defensa, a la mínima presión recibida, balón atrás al portero y que la saque fácil en largo. Ni un regate intentado, ni un balón largo rifado, ni un tiro a puerta desde fuera del área. Todo fácil, con el interior, con la derecha. Evidentemente, marqué mi primer gol. Lección más que aprendida. En el fútbol, como en la paternidad, no te compliques, simplifica. Aportarás más.

Un chico con barba

En otoño de 2020 trabajaba todos los días desde mi casa. Mi novia salía temprano para ir a su trabajo, así que yo pasaba muchas horas solo. Para romper la rutina, me propuse ir cada día a desayunar a un sitio diferente. Cada mañana me daba un paseo tranquilo con la Panenka bajo el brazo, y fue así como conocí la tostada del Flambo, la de Er Tito, la de los Claveles y la de muchos otros bares del barrio. 

En muchos de estos bares coincidía con las mismas personas. Entre ellas, un chico con barba oscura, de ojos claros, algo mayor que yo. Iba siempre solo y con un bebé muy pequeño, prácticamente recién nacido. Se tomaba el café con calma, mirando de vez en cuando a su hijo, que dormía en el carro. El chico con barba a ratos leía un libro, creo que en francés. Algunas señoras se le acercaban para admirar a su pequeño. Se le veía tranquilo y asombrado por la experiencia. Un tipo visiblemente feliz.  

Volvemos al presente. Desde hace unas semanas no trabajo por las mañanas para cuidar de mi hijo. Antes de empezar este periodo, mis expectativas eran altas. Tenía todavía fresco el ejemplo del chico con barba oscura. Ahora yo sería él. Iré a cafeterías cada mañana y desayunaré mientras leo una novela. Aprovecharé para tomar también unas notas propias e iré completando un diario con mis primeras impresiones como padre. Hablaré con los camareros, con las señoras de las mesas de al lado. Después iremos a un parque, nos tumbaremos en la hierba, nos dará un poco el sol. Yo leeré un rato más. Mi hijo jugará con una pelota o con figuritas de construcción. Me dará un rato el sol. De vuelta a casa, comparé un café para llevar. Me relajaré. 

En el terreno de la hipótesis, todo es posible, el mundo es ideal. La realidad, cuando llega, es la que es. Pantomima Full habrían dicho que en su cabeza sonaba fenomenal, pero ni yo soy el chico con barba ni mi hijo es el suyo. Mi hijo es activo, ruidoso, muy enérgico. Le siento en carro a mi lado y no aguanta ni un minuto metido ahí dentro. Antes de que salga la tostada con jamón ya lo tengo en brazos. Grita si no hay acción continua a su alrededor. Saluda a las señoras de las mesas de al lado sin descanso, sonríe a los camareros. Empuja la mesa con los pies y me derrama el café. En el parque, el relax es inexistente. Si dejo de mirarle un par de segundos, es bastante probable que se esté metiendo una cuchilla de afeitar en la boca. La vuelta a casa es a veces agónica, se muere de ganas de ver a su madre. Llego agotado, y solo a partir de entonces empieza mi jornada laboral.   

Ser padre no es lo que te esperas, como muchas otras cosas en la vida. Incluso las primeras palabras de tu hijo son un poco anticlímax, para qué vamos a negarlo. La experiencia es única, así de sencillo, no comparable a otras. Una experiencia tan irrepetible y extraña que consigue que el mejor momento del día sea siempre cuando él y yo salimos por la mañana en busca de otra tostada.

Blue Banana

Me han regalado un chándal para salir a dar paseos con mi hijo. Lo pedí yo, el chándal, no me escondo. Soy un padre que sale a la calle en chándal a caminar con su hijo, qué pasa. Somos muchos en la tribu urbana del padre con chándal, me he dado cuenta. Todos estamos cortados por el mismo patrón: mucho pantalón ajustado Under Armour, mucha sudadera Blue Banana, muchas Morrison de colores. Móvil en mano chequeando los resultados del día anterior en Flashscore. Barbas mal afeitadas, mirada arrasada por la falta de sueño y el dolor de espalda.  Hacía años que no salía de casa en chándal a no ser que fuera para ir a hacer deporte. Ahora no quiero llevar otra cosa. Me preguntaba anoche una amiga si ser padre me había cambiado en algo como persona. Le dije que creía que no, pero igual debería haberle dicho lo del chándal, ahora que lo pienso. 

El parecido entre todos nosotros -los padres con chándal- me parece tan evidente que los primeros día que me cruzo con otros intento hacer un discreto saludo cómplice, igual que cuando vas en bici subiendo el Desierto Las Palmas. Nadie responde a mis guiños ni a mis levantamientos de cejas, no existe esa cortesía entre la comunidad, y me parece una lástima. Quien sí ha aprendido a saludar es mi hijo, que ya no hace otra cosa. Confieso que lo fomenté un poco al principio, animándole a saludar a cualquier abuelita que se nos cruzase en el camino, pero se me ha ido de las manos y he creado un monstruo. Saluda a todo el mundo. En cualquier caso, por qué demonios habría yo de negarle a una abuela la alegría que produce que te salude un niño de nueve meses. Hace unos días entramos en una tienda de ropa y vi que movía insistentemente la manita con cara triste porque alguien no le respondía el saludo. Era un maniquí. Le di un abrazo allí mismo y nos fuimos sin comprar nada. 

Uno de los objetivos que me puse al empezar a escribir estos textos es tratar de evitar las moñadas, en la medida de lo posible, pero intuyo que no lo voy a conseguir. Me gusta tanto ver a mi hijo saludar a otra gente que entro constantemente a establecimientos de los que no necesito nada para que interactúe con quien haya allí dentro. Voy a la frutería de Pepe en la Moravia mucho más de lo que debería. Me he hecho socio de dos ONGs. Compro pulseritas a cualquier vendedor ambulante que se nos acerque. Es una ruina el tema de los saludos, pero no lo puedo evitar. Un amigo que también es padre me dijo hace tiempo que cualquier cosa que le hagan a tu hijo -para bien o para mal- la sentiría como si me la hicieran a mi mismo. Es súper precisa esta reflexión. Cada vez que cojo el autobús, bajo a la parada de destino sintiéndome igual que si me hubieran cincuenta abrazos. 

Van der Poel esprintando

Esto ya os lo habrán dicho, pero os lo cuento yo también: ser padre da mucho trabajo y te absorbe la mayor parte de tu tiempo libre. Todo tu tiempo libre, en realidad, porque los escasos momentos en que tu hijo duerme o no está a tu cargo, hay mil tareas pendientes por hacer que impiden tumbarte en el sofá a ver qué pasa en Twitter. 

Las siestas de mi hijo -y las noches, seamos justos- siguen siendo jurisdicción de mi novia en su mayoría, así que algunos sábados, después de comer, el universo me regala dos horas para mi solo. Lo habitual en estos casos es que reaccione como un mono al que le dan una freidora: no sé muy bien qué hacer con ellas. Me pongo nervioso con el tiempo libre, igual que me pasaba en Reino Unido cuando hacía buen tiempo. 

Miro a mi alrededor y decido arreglar los desperfectos del terremoto provocado durante la comida. Limpio la trona, friego el suelo, recojo los platos, pongo el lavavajillas. Recuerdo que es sábado y me digo que hay que relajarse un poquito. Me siento en el sofá y pongo Filmin. Doy unas cuantas vueltas buscando una película, pero no insisto mucho en la búsqueda. Me pongo un episodio de Parliament. Antes incluso de terminarlo, recuerdo que me sabe mal estar leyendo poco estos días y decido ponerme un rato con La ciudad de los vivos, de Lagioia, que tampoco es para tanto, ya que sale el tema. Echo un ojo al móvil antes de empezar a leer y veo que el Sevilla pierde 0-1 con el Almería en el minuto 15 y se mete en descenso. Dejo el libro a un lado y enchufo DAZN. De los pocos alicientes que tengo este año en Liga es ver si bajan a segunda el Valencia o el Sevilla. Ninguno de los dos clubes me cae especialmente mal -incluido el Valencia, al que he cogido un afecto extraño después de leer Noruega-, pero me entretiene mucho ver a equipos grandes luchando en el barro por sobrevivir. Empata el Sevilla antes del descanso y pierdo interés. Entro a la habitación de mi hijo y veo que hay montañas de ropa por plegar y guardar. Me pongo los cascos y pliego y doblo bodies durante lo que dura medio episodio de The Nacho Martin Project. Me canso a media montaña y me maldigo al ver en el calendario de la pared que hoy es la Milán-San Remo. Voy a Eurosport y veo a Van der Poel esprintando en la repetición. Victoria espectacular, dicen, y yo plegando bodies, joder. Entro en la cocina y me como una naranja. Cada vez que me como una naranja me siento mejor persona, por algún motivo. Vuelvo al salón y enciendo la tele de nuevo. No tengo ganas de ver nada. No hay ningún mensaje de audio por escuchar en el móvil. No tengo tiempo de ponerme a escribir. Ha pasado una hora y tres cuartos desde que se fueron a dormir. Oigo a mi hijo reírse en la habitación. Mañana es el día del padre.

Positif siempre

Las chicas erasmus de arriba han montado fiesta otra vez. Un par de veces ha sonado el telefonillo en mi casa pero no he contestado, sé que no es para mi. Se oyen voces de chavales jóvenes hablando en inglés con acento centroeuropeo. Se oyen tacones, risas, algún vaso que cae, otros sonidos indeterminados. Suena como si hubiera veinte personas aunque probablemente sean solo cinco o seis. Ser padre es esto, también. Que sea viernes por la noche y el plan es ver Happy Valley con tu novia mientras rezas para que tu hijo aguante despierto al menos lo que dura un capítulo. 

Hoy actuaba Chico Blanco en Sevilla. En un pub de la Alameda, a quince minutos andando de mi casa. Vi un cartel la semana pasada paseando por Miraflores. Casi preferiría no haberlo visto. Fui deportivo, no dije nada. También es esto, ser padre, supongo. Renunciar a cosas que te apetecen mucho, saber esperar, entender que ahora el plan es otro, que el disfrute está en otro sitio, que si te despistas es fácil perdértelo. Me lo dijo un compañero de trabajo justo antes de que naciera mi hijo: tendrás la sensación de que te estás perdiendo cosas, pero en realidad no te estarás perdiendo nada en absoluto. No sé por qué me gusta tanto Chico Blanco, a todo esto. Algo tiene este chaval, algo diferente al menos.

Me propuse escribir una vez a la semana y dentro de pocos días hará seis meses que no escribo. Es difícil sacar tiempo para casi nada. No me da la vida, se suele decir. Tampoco es cierto del todo. Da la vida para lo que quieres. Dejé de escribir por dinero, si soy sincero. Me salió una oportunidad de trabajo durante unos meses y la cogí. No escribí durante seis meses para ganar seis mil euros. Supongo que valdrá la pena. 

Ha pasado de todo en seis meses. Mi hijo no gatea pero avanza dando vueltas sobre sí mismo. Todavía no habla pero balbucea, juega a decir sílabas nuevas cada día. Sonríe cuando te ve, sonríe a todo el mundo. Le encanta que le saluden y le sonrían. Mi hijo está aprendiendo a comer. Está aprendiendo a estar solo durante más de un minuto. Está aprendiendo a dar besos. Messi ganó su Mundial por fin, en estos últimos seis meses. Google me sugiere si no querré decir que “Messi ganó su primer Mundial”, pero me gusta más lo que escribí yo. No fue fácil pero lo ganó a fin de cuentas, a pesar del doblete en cinco minutos de Weghorst en cuartos de final, incluyendo la locura de jugada ensayada en el descuento. El mejor gol del Mundial 2022. Y la Final, qué final de Mundial. Una de esas extrañas ocasiones en las que el mejor partido del torneo es la final. Me encanta decirlo a la mínima, esto último. Fue un buen Mundial, el de Qatar. 

La idea es la misma que me propuse en agosto: quinientas palabras, una vez a la semana. Cosas de ser padre y algo de fútbol. No me dará la vida, pero da igual. Ser padre también es eso: que no te dé la vida pero lo hagas de todas formas. Positif siempre. 

La mejor manera de ver la NBA

Tengo un amigo que es un fanático de la NBA. Está muy al día de los resultados, conoce a la mayoría de los jugadores, sigue las estadísticas y se mantiene al tanto de los traspasos más destacados. Disfruta mucho de la competición y cuando nos vemos me cuenta las últimas noticias al respecto. Eso sí, su gran afición a la NBA tiene una particularidad: no ve un solo partido de baloncesto.  

Vivimos en un mundo extraño. Se puede ser un gran conocedor de un deporte sin ver o practicar ni un minuto de ese deporte. Yo llevo un ritmo similar, a quién quiero engañar. Leo crónicas, escucho podcasts, sigo a tuiteros especializados, entro constantemente en FlashScore y se podría decir que escribo un blog sobre fútbol, pero no veo fútbol -o muy poco-. Qué queréis que os diga, ahora mismo hay un Barcelona-Elche en Movistar y se me ocurren siete u ocho cosas mejores que hacer. Tampoco es que esto sea nuevo de ahora. Hace casi veinte años, en la época buena del Supermánager, mi amigo y yo nos llevamos una decepción tremenda al enterarnos de que Curtis Borchardt no era negro, quién se lo iba a imaginar. 

En fin. A mi hijo sí que lo veo, por suerte, aunque se me haya terminado el permiso de paternidad. Se acostumbra uno a cualquier cosa, incluso a no trabajar, digo a quién me pregunta qué tal la vuelta al trabajo. Tampoco nos vamos a poner dramáticos ni quiero engañar a nadie: sienta bien salir de casa y pasar tiempo con otros adultos, haciendo cosas de adultos. Supongo que trabajar tres días a la semana desde casa también ayuda. 

Mi amigo, el de la NBA, es padre desde hace unos años, y lleva ya un tiempo haciéndome spoilers sobre lo que iba a vivir yo al unirme al club de los conis (los “con-hijos”). Algunas de las cosas mi amigo me adelantó me han ocurrido y otras no. Pero es bonito ir reconociéndote en sensaciones que previamente te ha explicado un amigo. Otro colega me dijo hace un tiempo que se estaba enamorando de su hijo de tres meses, y yo pensaba que era una manera de hablar. Pensaba. Pero esto último, lo del enamoramiento, ya lo comentaremos otro día. 

Una vez le leí a Enrique Ballester que si a los aficionados de, digamos los Indiana Pacers, les dijeran que hay gente en España que se levanta a las 3 de la madrugada para ver un partido suyo, fliparían. Y con razón: ellos seguro que no lo harían. De hecho, dudo mucho que ahora haya un tío de Wisconsin madrugando para ver el Barça-Elche, la verdad. Estoy de acuerdo con él, y con mi amigo el aficionado al baloncesto americano. Que la mejor manera de ver la NBA es no viéndola. Y que nadie me volverá a mirar en la vida igual que me mira mi hijo a los 3 meses. 

Figo y la palangana de plástico

La semana pasada pasé por primera vez un día entero separado de mi novia y mi hijo. Confieso que me provocaba cierta emoción el pasar unas cuantas horas solo. Mentalmente hice planes sobre cómo aprovechar al máximo ese valioso tiempo a mi bola: lo mejor que encontré fue ver en Netflix el reportaje sobre el fichaje de Figo por el Madrid. En la vida hay que tener claras las prioridades. 

Qué bonitos son los días en los que se cierra el mercado de fichajes. El mercatto, como está de moda decir ahora. Los equipos triunfadores de la temporada anterior tratan de conservar a sus mejores jugadores y de renovar algún puesto renqueante. Los equipos que fallaron son los que suelen dar palos de ciego incorporando a varios jugadores semi-desconocidos, que ilusionen mínimamente a la afición y que den la sensación de que algo se está haciendo por arreglar los problemas del año anterior.

Algo parecido sucede cuando todavía no eres padre y se acerca la fecha del nacimiento. Quieres tenerlo todo bajo control y caes en la trampa de comprar artilugios de todo tipo. Todo parece esencial, imprescindible para asegurar la supervivencia de un recién nacido, desde el esterilizador hasta el sacaleches, pasando por el cambiador, la hamaquita y la mini-cuna de colecho. Toda una industria el sector del bebé, de eso ya hablaremos otro día. En fin, como ese equipo que el año anterior no ganó nada, los padres primerizos tendemos a comprar de más, tratando de cubrir posiciones por adelantado sin haber visto todavía jugar al equipo. 

Por ejemplo: mi novia y yo compramos una bañerita último modelo. De silicona, plegable, fácilmente guardable y transportable (y muchas otras cosas terminadas en -ble). Cerca de los doscientos pavos, la bañerita. Bañamos al niño al cuarto día de vida, y efectivamente, la bañerita cumplía perfectamente su función. La guardamos detrás de una puerta, y efectivamente, la bañerita se plegaba adecuadamente. La cambiamos de habitación, y efectivamente, la bañerita se transportaba cómodamente. 

¿Qué sucedió con la bañerita? Por cuestiones logísticas, pasamos los tres un fin de semana en casa de los padres de mi novia. La bañerita se quedó en casa, así que la madre de mi novia compró por cuatro euros una palangana. En los cuatro días que pasamos allí, bañamos a nuestro hijo perfectamente en aquella palangana comprada en un bazar chino. Por su reducido tamaño y peso, la palangana era muy fácil de guardar, de transportar y de limpiar. Nuestro hijo, no notó la diferencia. Es más, me atrevería a decir que lo disfrutó más. Se podría decir que fue el fichaje más rentable del verano, aquella palangana verde de plastico.

¿Cuál es la moraleja de todo esto? ¿Debería haber comprado una palangana desde un principio, en lugar de la bañerita último modelo? No nos engañemos, a toro pasado es fácil decirlo. Todos sabemos que Florentino no hubiera ganado aquellas elecciones si no hubiera engatusado al socio con el fichaje de Luis Filipe Madeira Caeiro. Nadie recuerda que costó 10.000 millones de pesetas, y que sus mejores años ya los había dado en el Barcelona. Qué más da. Figo no era la palangana, sino la bañerita.    

La cara de mi hijo

El comienzo de temporada es el momento ideal para hacer promesas que después no cumplirás. Ascensos directos, tripletes, sextetes, fichajes galácticos, abultadas cifras de goles. Por ir adelantando faena, yo ya hice mi promesa y la rompí lo más pronto que pude: dije que escribiría una columna semanal y a la segunda semana ya fallé. Check. 

Es fácil caer en la trampa de las promesas con buena intención. Antes de que naciera mi hijo me propuse reducir el uso del móvil. A ser posible, quería que mi hijo me viera el mayor tiempo posible practicando actividades más edificantes, como leer un libro o arreglar una persiana. Otra promesa fallida. Las posibilidades de ocio durante las diez primeras semanas de vida de tu primer hijo se reducen tanto que resulta imprescindible tener una válvula de escape, un mecanismo de evasión. Imagino que hay a quien le dará por el alcohol y hay quien tirará por la vía de las redes sociales. Yo opté por compaginar ambas. En sus diez primeras semanas de vida he entrado más en Twitter que en los cinco años anteriores y he bebido más cerveza que en mi año Erasmus. 

Como parece que hoy esto va de confesiones, aprovecho para compartir más propósitos incumplidos recientes. Desde hace por lo menos veinte años, cada inicio de temporada veo entero el sorteo de la fase de grupos de la Champions. Con una libretita y un boli, voy apuntando en una tabla previamente dibujada la configuración de los ocho grupos. No recuerdo muy bien por qué, el año pasado me perdí el sorteo. Sí recuerdo que me dio mucha lástima. Me dije muy serio que aquello no se podía repetir y que al inicio de la temporada siguiente debía estar mucho más atento a estos asuntos. Nada que hacer. Llegó el 25 de agosto de 2022 y directamente se me olvidó encender la tele a la hora del sorteo. Al Madrid volvió a tocarle el Shaktar Donetsk y yo tuve que enterarme por la prensa tradicional. Es preocupante mi falta de compromiso con las cosas importantes.   

De vuelta a mi lugar de residencia habitual después de varios meses fuera, a punto de terminar el permiso de paternidad, me he propuesto cambiar esta terrible dinámica. Esta mañana he desinstalado la aplicación de Twitter del móvil, y he cerrado sesión en el navegador. No es la primera vez que intento salir de ahí con mayor o menor éxito. En 2021 llegué a estar casi nueve meses sin entrar, hasta que el Barcelona fue incapaz de renovar a Messi y se me fue el propósito a la mierda. Y aquí estoy otra vez. Volveré a perderme debates imprescindibles que solo se producen allí dentro, y a enterarme el último de la próxima ocurrencia de Díaz Ayuso (y no pasará nada). Será un esfuerzo importante, sentiré que necesito llenar esos breves espacios vacíos con algo que me entretenga de inmediato, pero el propósito lo tengo claro: no quiero echar la vista atrás dentro de unos pocos años y tener la sensación de que, durante estos meses irrepetibles, pasé más tiempo mirando a la pantalla del móvil que a la cara de mi hijo.

Tengo que ver más fútbol

Una vez le dije a mi psicóloga que tenía que ver más fútbol. No ella, sino yo. “Tengo que ver más fútbol”, le dije. A lo que ella me respondió que no, que no tenía que ver más fútbol si no quería. Quizás lo que yo intentaba decir es que quería ver más fútbol, o que podría ver más fútbol, pero “tener que”, en el caso concreto del fútbol, era claramente una fórmula equivocada de expresarlo, añadió. Le di la razón. 

Aquello debía ser a finales de 2015, la prehistoria. Se podría decir que me hice caso a mí mismo, y que he seguido viendo fútbol desde entonces. Es probable que a día de hoy vea más fútbol que entonces, incluso. No me canso. En algún momento he llegado a pensar que ya lo había visto todo en el fútbol, y que no me volvería a emocionar lo mismo que me emocioné con Arshavin en la Euro de 2008, por ejemplo. Que los mejores cincuenta partidos de mi vida los había visto ya, y que poco a poco iría cayendo en esa espiral de desinterés que termina cuando no conoces al delantero centro titular de tu equipo. Entonces llegó la primavera Champions del Madrid en 2022 y me puso en mi sitio. Pero de esas semanas locas ya hablaremos otro día, si viene a cuento. 

Catorce meses sin escribir ni publicar nada, en este espacio que creo ya no lee nadie. En el último post hablaba sobre la decadencia de Gareth Bale, creo recordar, un tema que me encanta sacar a la mínima. Habrá que estar atento a la MLS. Me gustaría volver a la rutina semanal, a las 500 palabras, a los chistecitos malos y a chequear de vez en cuando cuántos chinos han terminado en esta web por error. 

He sido padre hace un par de meses, que hay que contarlo todo. Intenté escribir un diario sobre esa pequeña revolución, registrando mis vivencias y sensaciones, pero es difícil ser constante y encontrar algo interesante para contar todos los días, incluso teniendo un hijo. Podría haber sido un buen recuerdo para él, cuando creciera, pero me aburrí a las pocas semanas, tampoco me voy a culpar. A cambio, intentaré explicarme por aquí las cositas de la paternidad primeriza, mezclándolas con actualidad futbolística, aunque no solo, copiando sin rubor lo que hizo Carlos Marzal en Nunca fuimos más felices. No me quedará igual, pero no pasa nada. 

De la primera jornada de Liga confieso que no he visto un partido completo, así que ya empezamos mal. Lo más destacable que he visto en Flash Score han sido los dos goles de Morata y las tres asistencias de Joao Félix, un jugador que estoy empeñado en que me encante (le esperaré el tiempo que haga falta). Tendré que ver más fútbol a partir de ahora, si quiero que esto funcione, no se lo comentéis a aquella psicóloga. Tampoco he encontrado espacio aquí para contar nada sobre mi hijo, pero ya habrá tiempo para eso también.  

Me gusta Schneider

Cuando te quieres dar cuenta, ya se ha consumido una semana de Eurocopa y la sensación es la misma que después de los primeros días de vacaciones: todo avanza muy deprisa, los días ya no te parecen regalos nuevos a estrenar y ya empiezas a intuir la nostalgia preventiva del día que terminan. 

Nostalgia preventiva me da también Gareth Bale, por el jugador que pudo ser y no quiso ser. Bale lo tenía todo para ser el mejor jugador del mundo durante varios años, especialmente esos años de vacío entre el comienzo del declive de Messi y Cristiano y el aterrizaje del próximo crack mundial. Ese era el momento de Gareth, un jugador que es rápido, un portento físico, tiene buen disparo, va bien de cabeza, regatea y probablemente por encima de todas esas cosas, tiene la capacidad de marcar en los partidos gordos. Pero esos años nunca llegaron. De momento, Bale le da la razón a Miqui Otero en Simón, cuando dice que la única manera digna de utilizar el talento es derrochándolo. Eso es lo que siento al ver a Bale con Gales en la Eurocopa, un desperdicio de talento. Espero que algún día sepamos por qué Bale no quiso ser el mejor jugador del mundo. 

Más nostalgia da todavía acordarse de los años buenos de la selección española, que nadie quiere darse cuenta de que fueron ya hace diez años (yo el primero). Por casualidades que no vienen al caso, acabé viendo el España-Suecia en La Cartuja, y hasta me vine arriba comprándome una bufanda conmemorativa. España hizo todo lo que tenía que hacer en un primer partido de Eurocopa: dominar de principio a fin, crear ocasiones y minimizar las del contrario, además de no encajar. Pero faltó el gol que cambia todos los análisis. De lo que más se habló después fue de los pitos a Morata y del estado del césped en La Cartuja. Ahora son todos muy malos y Luis Enrique tiene algo contra el Real Madrid por no haber convocado a Nacho. Si hoy ganamos fácil a Polonia, todo será al revés, pero estas cosas siempre han sido así y no las vamos a cambiar ahora. 

Por terminar hablando de nostalgia, una anécdota. Hace años quedé con un amigo en un bar para ver un Real Madrid-Villarreal. Con este amigo había tenido una gran relación hacía años, pero en ese momento ya estaba algo desgastada por abandono mutuo, cosas de la vida. En un momento del partido, no sé muy bien quién sacó a la mesa un tema algo personal. Quizás nos preguntamos por nuestras novias, o por nuestro futuro a medio plazo, no importa demasiado. El caso es que la conversación se atascó a los pocos minutos y nos quedamos los dos callados mirando la pantalla. Intentando romper ese incómodo silencio, mi amigo me preguntó: “¿Te gusta Schneider?”, y la conversación volvió a fluir. Terminamos de ver el partido agusto y nos fuimos contentos a casa. En ocho días de Eurocopa, ya he intercambiado quince audios por wasap con este amigo. Efectivamente, no nos hemos preguntado por nuestras novias.